El vacío de la vida

Pablo Nicotera

Resumen


Adil Manzur es un particular crítico gastronómico que se desplaza por un espacio exclusivo que extraña, pero a la vez desprecia. El espacio casi sin fisuras de un exclusivo barrio del conurbano bonaerense no se menciona nunca —no es necesario, si uno pertenece, no es necesario nombrarlo—, pero se adivina por algunas referencias que tienen la marca de la familiaridad de cómo las llama el protagonista, “el barrio”: la avenida de los ceibos, la calle de los palos borrachos, la barranca al río, el muelle. San Isidro visto desde los ojos de un narrador que se desplaza por un espacio familiar, de pertenencia, al que retorna por trabajo luego de haber cortado todo vínculo familiar y afectivo: “Para que exista un paisaje no basta que exista ‘naturaleza’; es necesario un punto de vista y un espectador; es necesario, también, un relato que dé sentido a lo que se mira y experimenta.” (Silvestri y Aliata, 2001: 10). El paisaje que construye la mirada del narrador es uno en donde no hay tensión de clase, es un espacio habitado por una misma clase social —rubias bronceadas y rugbiers ruidosos—, mansiones arboladas habitadas por una clase capaz de hacer cerrar negocios gastronómicos si no están conformes con las personas que los frecuentan: “Esta zona del barrio no admite turistas” (p. 71). Es un espacio homogéneo y exclusivo.

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